Así era hacer el Camino de Santiago en la Edad Media

Mañana es el día de Santiago, uno de los más elegidos para llegar a la capital gallega por los que han decidido hacer su Camino este mes (con el riesgo de insolación y calor mortal que ello conlleva a estas alturas del verano y con el calentamiento global tan majo que estamos disfrutando este año). He estado leyendo sobre cómo se hacía en la Edad Media porque lo he hecho varias veces y me daba curiosidad, así que procedo a compartir con vosotros algunas de las cosas que he aprendido.

El Camino de Santiago no era una ruta fácil en sus primeros años. No solo porque estaba mal señalizado y en su trayecto había bandidos y otros peligros, sino que encima, una vez llegabas a la tumba del apóstol, tenías que volver para contarlo (en ocasiones años después de haber salido de casa). Me cuesta trabajo creer que solo por la fe la gente se metiera esas panzadas de andar, pero leo en ‘Las peregrinas cosas del Camino de Santiago’ que había lugares como Eslovaquia, donde si acreditabas haber peregrinado tres veces se te eximía para siempre pagar impuestos.

El Códice Calixtino (el mismo que robaron hace unos años) fue una de las primeras guías escritas sobre el recorrido, y en él el monje Aymeric Picaud dejaba su valoración sobre los sitios que había visitado cuan si fuera Tripadvisor del siglo XIII. Este señor dejó constancia de dónde estaban los ríos de malas aguas, de dónde timaban a los peregrinos y de dónde había más tábanos.

Fue precisamente a partir del siglo XII, cuando los reinos del Norte de España consiguieron empezar a expulsar a los musulmanes hacia el sur, cuando el camino de Santiago se convirtió en el ‘place to be’. Decenas de peregrinos se reunían en Saint Jean Pied de Port, en Roncesvalles, para comenzar las últimas etapas de su peregrinación.

Los caminos en aquel momento se indicaban con estacas (ahora se hace con flechas amarillas) y el problema era que en invierno estas señales se perdían, sobre todo en las etapas de montaña. En los pueblos en los que había hospitales se hacía un esfuerzo por reemplazar la señalética pero no era una cosa común en la ruta, y cuando había fuertes nevadas los monjes de Somport, Foncebaldón o Roncesvalles tañían las campanas para que los romeros pudieran orientarse en la tormenta.

Asaltos, timos, estafas y otras lindezas

Hubo muchos asaltos a peregrinos, dadas las altas posibilidades de salir impune de un ataque a un extranjero que camina casi en solitario por un bosque. Uno de los “puntos negros” de las peregrinaciones medievales era en torno a Villafranca Montes de Oca en Burgos, donde había un bosque que terminaba en el sepulcro de San Juan de Ortega, constructor de puentes. En los montes de la zona se agrupaban los bandidos, a los que fue imposible echar pese a las batidas que se hicieron contra ellos.

Los peregrinos estaban avisados e intentaban caminar en grupo en puntos conflictivos como este o los abrevaderos, ya que eran otro de los lugares favoritos de los proscritos. En el Códice Calixtino ya se advierte que los peregrinos deben pasar de largo del río Salado en la zona de Navarra, ya que eran habituales las matanzas de peregrinos (y sus monturas) cuando se acercaban a beber.

Las estafas a peregrinos solían ser habituales, sobre todo cuando tenían que cambiar moneda, cosa que se veían obligados a hacer hasta siete veces en su recorrido. En las hospederías se recogían historias de romeros que habían probado un bebedizo que les dormía, circunstancia aprovechada por los mesoneros para robarles hasta el último maravedí (o lo que fuera que tuviera en las alforjas).

Inciso en la historia medieval: No os penséis que esto es una cosa del pasado, ya que a día de hoy se pueden ver máquinas de vuestro refresco favorito en mitad de una montaña en plena ruta jacobea y que no están enchufadas. Por lo tanto, el peregrino echa su moneda feliz de poder refrescarse y ¡tachán! Se queda sin monedas y sin su refresco.

En la zona de Estella y Sangüesa se refirieron muchos casos de falsos peregrinos, que fingían una lesión y que cuando algún bienintencionado se acercaba a ellos aprovechaba para desvalijarles en el primer descuido. Estos timadores se disfrazaban con toda la equipación de peregrinos y pasaban desapercibidos para los auténticos que estaban de paso y eran timados pese a sus buenas intenciones.

Tal era la plaga de asaltos y jugarretas varias que Alfonso X el Sabio les otorgó un privilegio de seguridad mientras se hallaran en su reino en un Fuero Real, y les eximía de pagar aduanas si se comprobaba que sus bienes procedían de fuera de Castilla. Los malhechores por supuesto se pasaron el fuero por el arco del triunfo, pero el rey consiguió apoyo de los jueces al imponerles una multa si no hacían caso a los casos que les refirieran los romeros. Además se endurecieron las penas para los que robaran dentro del Camino, que solían ser condenados a muerte si les pillaban.

Piojos, chinches y demás familia

Imaginad, entre que las medidas de higiene no eran muy populares en el medievo y que estamos hablando de personas que se pasaban varios meses en ruta, la mugre que acumulaban era épica. Piojos, chinches y pulgas campaban a sus anchas por la ropa y el cuerpo de los romeros que se lavaban someramente en las fuentes que pueblan el camino.

Así en Itero del Castillo tenemos la fuente Piojos (que por cierto es potable incluso a día de hoy) y el nombre del río Lavacolla, donde tradicionalmente había que lavarse a pocos kilómetros de llegar al destino. Aún así era mítica la peste que se respiraba en la catedral, donde muchos se quedaban a pernoctar, y trataban de mitigarla con el botafumeiro (mi profesora de historia lo llamaba “ambi pur a lo bestia” y tenía mucha razón).

La picaresca también residía en Santiago de Compostela, ya que había muchos concheiros que intentaban sacar el máximo beneficio de las conchas (que eran una de las señales de haber terminado el camino). Otros listillos se dedicaban a vender falsos azabaches, una de las piedras más usadas aún hoy en la joyería santiaguesa.

Una vez llegaban a la catedral y les expedían la carta probatoria de que habían realizado el peregrinaje empezaba la segunda fase de su viaje: la vuelta a casa, con más aventuras por delante.

Imagen vía Wikipedia

Fuentes: el Códice Calixtino, “Las peregrinas cosas del Camino de Santiago” de Javier Leralta y “Pícaros y picarescas del camino de Santiago” de P. Arribas Briones.