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La cárcel: el peor lugar para rehabilitar a un machista

Al contrario que en los anteriores artículos que he escrito, que están basados en datos, estadísticas e informes, el siguiente artículo lo escribo partiendo puramente de la experiencia personal, si bien es una experiencia que compartimos muchos de los que trabajan o han trabajado en las prisiones españolas.

Si bien la ley dice que las medidas privativas de libertad han de tomarse como parte de un tratamiento de reinserción y resocialización del reo, y que la custodia del preso se realiza para garantizar la asistencia a ese proceso, la realidad es que la cárcel es el peor lugar en el que se puede intentar rehabilitar a un maltratador u otras personas con delitos relacionados.

Y eso es porque la cárcel es el reducto de la masculinidad más tóxica, una especie de “conservatorio” de actitudes machistas, misóginas y retrógradas. Forma parte de la cultura carcelaria desde que las prisiones existen, y si fuese por los módulos de respeto, se podría decir que apenas ha cambiado.

Esto lo saben muy bien los funcionarios que, por las circunstancias particulares de cada prisión, han de trabajar en contacto directo con ellos (por ejemplo, cárceles antiguas escasamente automatizadas con dependencias no aisladas de las zonas comunes de los presos). También lo sabe el Equipo Técnico (asistentes sociales, psicólogos, etc.), pero evidentemente los presos moderan sus ideas y lenguaje en presencia de ellos.

Tampoco significa que todos los internos sean unos machistas redomados. En el fondo, la cosa no está en serlo; solo parecerlo.

Para empezar, en la cárcel no hay homosexuales ni gays. Solo “maricones”. A las personas que han reconocido o que se sabe que son homosexuales se las aísla, se les da un trato irrespetuoso. O si alguien le ofrece un trato amable a la vista de otros presos, ese alguien le llama nombres a su espalda para conseguir el respaldo del grupo y no ser tomado como “otro maricón”.

Independientemente del delito que los internos hayan cometido, es frecuente escuchar temas de conversación que dejan a algunos hilos de burbuja.info como la sección de comentarios de Píkara Magazine: las mujeres son unas zorras, unas manipuladoras, sólo quieren tu dinero, están llenas de malicia, fulanita es una puta, menganita es una guarra, solo follan por interés, y un largo etcétera de adjetivos poco halagadores para las mujeres.

Además, es común escuchar “competiciones” de con cuantas mujeres han tenido sexo, o las peripecias sexuales que han cometido en su vida. También cuentan, con pelos y señales, las “cosas que le harían” a la chica de turno.

El acoso a las funcionarias no es explícito, pero sí palpable, especialmente si se trata de una funcionaria joven, o las que acuden al centro penitenciario en calidad de funcionaria en prácticas: gestos obscenos, miradas intensas, grupos de internos agolpados en los pasillos o en las ventanas para mirar caminar a una mujer...

Por supuesto, cualquier funcionaria que sea seria o rigurosa, o cualquier medida disciplinaria o de castigo que ejecute una funcionaria, es porque “está mal follada”, “es una solterona” o “el marido no le da lo que necesita”. Por supuesto, esto no ocurre con los funcionarios varones.

Uno puede pensar que estas conversaciones se reservan a grupos íntimos de compañeros de cárcel, en las horas de patio o en la privacidad de la celda, pero no; habré oído miles de conversaciones de este estilo mientras hacen cola para entrar en el despacho, teniendo que llamarles la atención porque apenas se podía tener una conversación en el interior.

Con este ambiente, uno se puede imaginar por qué la cárcel es el peor lugar para rehabilitar a un maltratador o a un machista. No necesariamente tienen que mostrarlo, pero la propia cultura de la prisión les presiona a serlo para demostrar su hombría, su masculinidad, pero una masculinidad tóxica, la de la agresividad, la de que las cosas se resuelven a la fuerza, la de los testículos como forma única de mostrar valor y orgullo.

Por supuesto, que en los corrillos de charla de los módulos, los presos con delitos relacionados con la violencia de género tienden a agruparse y a retroalimentarse mutuamente en sus creencias y su forma de actuar. Se suele notar bastante porque acuden a terapia con una actitud defensiva grupal, protegiéndose entre ellos y reforzando su forma de ver la vida. El rechazo que encontrarían en la sociedad, de repente en la cárcel se convierte en aprobación.

Lo que nos devuelve al primer artículo, y a por qué los condenados por delitos de violencia de género suelen ser los que menos beneficios penitenciarios disfrutan.

Este es otro de los fallos estructurales de la justicia y el sistema de prisiones. Y para darle solución, habría que hacer un auténtico ejercicio de rediseño que creo que ni magistrados, ni especialistas, ni feministas ni nadie en general está dispuesto a hacer, o sabe cómo hacerlo.

Si se os ocurre alguna idea, por favor, escribidla en los comentarios.