Errores comunes de traducción

La testosterona no es una hormona masculina, la poseemos tanto los hombres como las mujeres y a ambos nos afecta. Sin embargo, como se ha comentado ya por aquí, tradicionalmente se ha asociado al sexo masculino por detectarse más cantidad en sangre, sabiéndose ahora que menos cantidad afecta de igual manera a una mujer.

A raíz de la polémica con el maravilloso artículo www.meneame.net/story/tour-testosterona-marina-d-or , comentar que el problema de "el feminismo" con la testosterona no es un problema con los hombres: hay una cultura de la testosterona que tradicionalmente encumbra la resolución violenta de conflictos, plantea el belicismo como nobleza y organiza económicamente la sociedad alrededor de los más "fuertes" desde la Roma ¿y Grecia? clásicas, en la que no se conocía la testosterona pero el "si quieres paz prepara guerra" era un axioma deseable para la sociedad y el hombre.

Esa cultura de la fuerza física individual y organizada como motor del mundo, encarnada a nivel micro en el patriarca o el mismo Putin, ha tenido una variante bastante cómica en la cultura española escenificada por un Paco Martínez Soria o un Alfredo Landa www.telecinco.es/informativos/cultura/Alfredo_Landa-landismo-actor-cin no carentes de humor y autocrítica ante unos "ideales" masculinos que, en nuestra cultura, siempre se han observado como limitantes e imposibles de alcanzar para el común de los mortales.

El patriarca español se quedaba, en la sátira, en un cabreo y muchos aspamientos ante su incapacidad patente de erigirse como líder y mando en una familia que cuestionaba continuamente su autoridad.

Padecía del corazón y sudaba al intentar controlar a la mujer díscola y lidiaba como podía con sus prontos e ideas de bombero motivadas por el "no hay huevos" o la angustiosa sensación de ser el último mono, alejado de las visicitudes y conocimientos del hogar, en un núcleo familiar que debía liderar con mano de hierro, por la gracia de Dios. Según la Iglesia Católica franquista e incluso la legislación hasta bien entrados los 80, la mujer debía obediencia al marido, o así se deducía de todos los permisos que necesitaba legalmente de este. O de las correciones físicas que, según el código penal podía aplicarle por desobediencia.

Así que, de aquellos barros, estos lodos. El alejamiento satírico de aquella figura de autoridad masculina, el cabeza de familia, su ridículo constante, fracaso y "pelelización",ha sido el mecanismo cultural más sano con el que los hombres y las mujeres han lidiado con esas figuras violentas e inalcanzables para el común de las familias.

La testosterona como concepto cultural (no como hormona), sigue escenificando la rabia de Manolo cuando su novia se pone la minifarda y le dedica toda una canción con sermoncito de cómo tiene que ser una mujer, según la sabiduría atávica del futuro cabeza de familia celoso.

No me gusta que a los toros

te pongas la minifalda (bis)

La gente mira parriba,

porque quieren ver tu cara

y quieren ver tus rodillas.

Los niñatos tan pesaos

no dejan de contemplarte.

Me rebelo y me rebelo,

y tengo que pelearme

y a los toros no los veo.

Así que tú ya lo sabes,

no te pongas minifalda,

que los toros de esta tarde

yo tengo ganas de verlos

sin pelearme con nadie.

(...)

a mi novia le he prohibío

que vaya sola a la plaza,

(...)todos la dicen piropos.

Y los celos ya me tienen,

ya me tienen medio loco.

Como conclusión, la figura del macho rabioso abusando de poder asociado a "la testosterona", jaleado por su entorno, es un distanciamento sano y humorístico de un arquetipo violento, opresivo para hombres y mujeres pero sobre todo para éstas, con orígenes en una cultura organizativa patriarcal y militar.

Sus derivaciones más blancas devienen en la broma del "sujétame el cubata", o el "no hay huevos", que vuelven a simbolizar cómo las ideas más locas y con más necesidad de intrepidez e individualismo nacen de la misma "hombría" que impulsa a los hombres, carentes de raciocinio, a comportarse como chimpancés porque es lo socialmente deseable.

Reírse de ese estereotipo es liberador y un primer paso para distinguir machismo de masculinidad, que dimos ya como sociedad hace más de de 50 años.