Estamos criando "feminazis"

Perdonadme el título del artículo, a priori ofensivo, pero es que no se me ocurre mejor forma de sintetizar lo que voy a escribir. Y es que, al fin y al cabo, ya se llama "feminazi" a prácticamente cualquier feminista, ya sea moderado, intenso, radical, trans-excluyente, o hable del sexismo desde el punto de vista femenino.

Y es que, como solemos hacer en casi todo, tendemos a mirar al dedo en vez de a la luna, o a tergiversar los conceptos para dar a entender los hechos desde un reduccionismo tan absurdo que inviten a ser reaccionarios, a pesar de la idiotez que subyace a la manipulación del concepto en comparativa. El ejemplo más claro lo tenemos en la polémica con Alberto Garzón, donde un "es conveniente reducir el consumo de carne" se ha traducido a "nos quieren prohibir la carne".

Con el feminismo moderno pasa algo similar, azuzando la opinión que los feministas surgen por generación espontánea en base a intereses económicos o de poder. Parece que, de repente, aparece un feminista, y es porque está atado a un partido político con intereses electorales, o tiene visos de ganarse la vida dentro de uno de esos "chiringuitos", o quiere medrar en su carrera uniéndose a la ideología de moda.

Pero más allá de que haya personas que, efectivamente, abracen el feminismo con esas intenciones, la base del feminismo moderno no son esos "chiringuitos" y esos políticos de turno. La base del feminismo son esos hombres y mujeres, generalmente jóvenes, que han acabado asqueados del sexismo, de la asunción de roles de género y, sobre todo, de la presión de la industria, durante su infancia y adolescencia, y, o bien han sido víctimas de ello, o bien en su madurez han concluído que los han tratado como imbéciles, y todo en beneficio de unos pocos.

Que la mayoría de feministas sean mujeres no es una casualidad. El sexismo afecta a ambos géneros, pero las consecuencias son tan simples y directas en las mujeres que hace que su observación sea muy sencilla y tangible, sin necesidad de profundizar en primera instancia las causas de las mismas.

Y ése es el motivo por el que escribo este artículo. Es complicado de entender si no se tienen hijas, o si no se ha trabajado con niñas y adolescentes, pero la presión social directa que sufren éstas en relación a su sexualidad es mucho mayor que en los chicos. Y no se trata de algo que sea cultural, o que profundice en las raíces familiares, sino en el entorno artificial y su exposición en los medios de comunicación.

Muchos me habréis leído ya por aquí despotricar sobre ciertas corporaciones, sobre algunos modelos empresariales de dudosa ética. Lo cierto es que detrás de estas empresas, su mayor preocupación es mantener la dicotomía entre aprovechar el despertar sexual de los menores para el beneficio económico y a la vez mostrar esa tendencia woke anclada a los movimientos sociales. La teoría de una de cal y otra de arena.

El problema es que "la de cal" la dan cuando son niños y adolescentes, y "la de arena" la dan cuando son más maduros.

Disney, por ejemplo, es la mayor fábrica de putones del planeta. Sé que suena fatal, pero es la realidad. Atrás quedó esa compañía familiar que se dedicaba a hacer dibujos animados para niños. Los tentáculos de Disney se extienden en ramificaciones específicas según target. La basura que produce en forma de pseudo-sitcoms, donde las niñas más maquilladas, más hip y que usan mayor relleno en sus sujetadores son las más populares y dignas de admiración, y que emite tanto en canales en abierto y plataformas de pago, son una de las fuentes de futuras feministas. Son esas series que vuestras hijas ven y que a vosotros os aburren tanto que no les prestáis la más mínima atención, pero que hacen que niñas con la mitad de la dentadura de leche elijan un bikini con relleno.

Pero esto no sería así si no existiese un componente fundamental de esta mezcla tóxica: las redes sociales. Voy a ser muy claro y muy directo.

¿Qué creéis que hacen vuestras hijas con el teléfono móvil o la tablet cuando no estáis mirando? ¿Quedar con las amigas por WhatsApp? ¿Ver algún vídeo de cómo hacer slime? ¿Llamarse para contar cómo les ha ido el día?

Pues sí. Éso es lo que suelen hacer, pero también hacen otras cosas: hacer twerking (menear el culo) en TikTok, subir fotos picantes a Instagram, y abrise de piernas sin bragas en streamings privados que tengan sistemas de recompensa. Todo por los likes, los seguidores, o por algún artículo de merchandising.

Y esto no es nuevo; se repite año tras año, cada uno con diferente empresa. Y son tantas que me cuesta mencionarlas una por una. Y las regulaciones siempre llegan tarde.

Por ejemplo, una de las últimas, llamada Unico, ha tenido que ser llamada al orden por las autoridades rusas, ya que había, literalmente, decenas de miles de niñas prepúberes mostrándose desnudas en emisiones en directo, ya que no tenían limitación de edad reforzada por moderadores, y su sistema de recompensas era abierto. ¿Qué significa esto? Una especie de OnlyFans para menores de edad, no con recompensas de dinero en metálico, pero sí de merchandising (léase una puta camiseta con el logo de la empresa). Y claro, vestir esa camiseta es sinónimo de popularidad, de que eres famosa en redes sociales.

Pero es que para esto no hace falta irnos a aplicaciones raras y extranjeras. Lo tenemos en Youtube. Dejadme que os cuente por qué ha surgido Youtube Kids.

Una de las cosas que más buscan los niños y adolescentes en Youtube es música. Videoclips, por encima de todo.

El nuevo modelo de negocio de muchas discográficas ya no consiste en realizar un LP, un disco completo, sino en lanzar un single cada cierto tiempo, con su videoclip perfectamente producido, y publicarlo en Youtube.

La forma de dar difusión a este sencillo no se realiza sólo por mera publicidad, sino que se modifica el algoritmo de Youtube para que aparezca como vídeo recomendado según el perfil de visitas de vídeos.

Como el algoritmo de Youtube se basa parcialmente en el aprendizaje de los patrones de búsqueda y visualización de contenido, éste asocia vídeos recomendados por target de edad. El resultado os lo imagináis.

Tu hija de 10 años puede estar viendo vídeos en Youtube de cómo hacer cualquier cosa gimnástica, o de otra chavala de su edad haciendo el payaso, o de cualquier canal en el que los padres usen a sus hijos para ganar visitas. Y, de repente, aparece "ese" vídeo recomendado.

Y ese vídeo recomendado, siguiendo las tendencias, es la pieza de reggaeton o trap más sexista que está de moda. Chulitos que se follan a todo lo que caminen, mujeres que desean que eyaculen dentro de ellas, tipos que persiguen a mujeres por el tamaño de sus senos o de su culo. Canciones dedicadas a que fulana de tal se abrió de patas y lo "gosaron" como nunca.

Y eso es lo "trendy". Y lo replican.

Y volvemos a la base del artículo. Esas niñas y adolescentes que, aprovechándose de su inocencia y su inmadurez, fueron explotadas de forma indirecta para beneficio de grandes compañías, amén de cerdos y pedófilos varios, llegan a la etapa adulta, y se vuelven conscientes de lo que han hecho con ellas. Se sienten asqueadas, utilizadas, engañadas. Se vuelven conscientes de su sexualidad, de que las han explotado. Reniegan del sexo tal y como lo han observado. Del capitalismo tal y como lo han vivido. Del "machito" que le han vendido, que la han tratado como un objeto, que la han pervertido, prostituído y reducido a una mera figura de placer externo, e incluso a un recipiente de semen.

Y surge la "feminazi".

Con ganas de igualdad, de justicia social, de revolución contra el capital, de protección de sus "hermanas", y de revancha y venganza contra lo que sufrió y acaba de descubrir. Y cada una lo canaliza según sus conocimientos (oh, sorpresa, crece la demanda por los estudios de género).

Y nos extrañamos, pero hemos criado a esas "feminazis". Hemos permitido que surjan esas "feminazis", porque hemos mirado al dedo y no a la luna. Y cuando finalmente miramos juntos a la luna, descubrimos que todos estamos en el mismo bando. El del respeto por la infancia y la adolescencia, el de la igualdad de oportunidades, el del desarrollo de una sexualidad sana, justa, balanceada y tolerante para todos.

Y ahí es cuando el enemigo real, el común, tiembla de verdad.