Por qué la izquierda no gana las elecciones

Republico un artículo que posteé hace unos meses y que deseo ampliar. Además de la ampliación, por aquel entonces nadie se leía los artículos y yo lo publiqué mal, en mi propio perfil, y tuvo poca visibilidad.

Viene al hilo tanto del asqueroso fraude de Cifuentes, como de su más asquerosa defensa por parte de sus conmilitones, como su aún más deplorable defensa por parte de votantes y simpatizantes. Viene también al hilo del auge de Ciudadanos, un partido derechista y veleidoso que se arrima al ascua que más calienta en cada momento sin dejar de lado su poso ideológico.

No tarda en aparecer aquel que, fruto del desconocimiento o de la justificada rabia, carga contra los votantes proletarios del Partido Popular o de Ciudadanos tildándolos de imbéciles por votar contra sus intereses. Y eso, además de ser contraproducente, es erróneo.

La gente no vota por sus intereses

Pensémoslo: si la izquierda está a favor de la redistribución de la riqueza (en román paladino, a favor de los pobres) y la derecha, a favor de los ricos, ¿por qué en las democracias gana la derecha continuamente, si los pobres son muchos más?

Sí, existen factores que a menudo se sobredimensionan y pasan por culpar desde la izquierda al ignorante obrero: alienación, manipulación, falsa sensación de prosperidad. A este respecto se han publicado libros y estudios muy interesantes sobre la pérdida de conciencia de clase por parte de la clase trabajadora.

Pero pocas veces nos paramos a pensar sobre el asunto. ¿Qué tal si nosotros, izquierdistas que miramos al mundo desde nuestra roja atalaya de superioridad moral, nos paramos a pensar que tal vez no sean todos idiotas? ¿Y si no todos están alienados o manipulados? Si partimos de esta premisa, tenemos la conclusión de que los intereses no son tan relevantes a la hora de votar.

El marxismo ha hecho grandes aportaciones a la humanidad (no todas necesariamente buenas). Uno de sus principales puntos es la perspectiva del materialismo histórico, bajo cuya óptica novedosa se han analizado de nuevo y encontrado significativas coincidencias en sucesos tan antiguos como las crisis agrarias de la Roma republicana o la caída del Imperio. Es muy divertido y curioso examinar sucesos de la Antigüedad bajo la óptica de las doctrinas económicas modernas, y encuentras nuevas explicaciones más allá de invasiones o dirigentes locos.

Pero me descentro. Uno de los problemas del materialismo histórico es que en cierto sentido infravalora el carácter irracional del hombre y lo reduce a un juego de intereses colectivo sometido a la pavorosa álgebra de la necesidad. Llegó contraponiéndose a las teorías que defendían la evolución social empujada por ideales o grandes personajes y derivó en una especie de determinismo económico con agentes casi perfectamente racionales. Y esto supone un error, porque...

Parafraseando a Russell: "La izquierda no consigue comprender por qué un obrero católico vota antes al patrón católico que al obrero ateo"

Volviendo a la pregunta que abre este apartado, cualquier persona que no fuese propietaria de los medios de producción o a la que le beneficiasen políticas izquierdistas (la mayor parte de la población) votaría, siendo racional en cuanto a la defensa de sus intereses espúreos, a la izquierda. Y sin embargo no sucede, y yo me adscribo a una explicación que no pasa por considerar idiotas a quienes no puedo entender. Y es esta:

La gente vota sobre valores antes que sobre intereses. ¿Por qué entonces un asalariado de perfil bajo, dependiente de sanidad y ayudas públicas, vota al PP? Porque es el único partido de derechas nacional que aglutina una serie de valores que a él le definen: defensa del catolicismo, mano dura con los nacionalismos periféricos, posturas concretas con respecto a valores familiares. El PP defiende, más o menos, sus valores (o al menos es el único que se acerca).

Esos valores no te dan de comer. Sigo pensando que ese obrero es un idiota: ¿de qué te vale la defensa del catolicismo si te fríen con medidas injustas?

Tienes parte de razón, pero ni tú ni yo somos tampoco racionales. Démosle la vuelta: Si vosotros os hicieses ricos mañana, ¿pasaríais a ser de derechas? Porque, racionalmente, seguir siendo de izquierdas siendo rico os convertiría en unos jodidos idiotas del calibre de aquellos obreros de derechas a los que despreciamos tan alegremente. Os digo que dudo que un podemita al que le toque la lotería pase a ser pepero: Irracional, pero Podemos comparte sus valores.

Decimos "No hay nada más tonto que un obrero de derechas", pero nunca "No hay nada más tonto que un rico de izquierdas"

La izquierda se muestra en este sentido fiscalizadora de los motivos por los que ha de votar la gente. Una vez, en esta misma página, dije que jamás votaría a un partido que apoyase a los antivacunas a pesar de que coincidiese en el resto: casi tuve que disculparme ante el linchamiento. Una multitud de repartidores de carnets me vino a decir qué motivos tenían que definir mi voto. Lo siento: mis valores y su prioridad los decido yo, y no tú.

¿Me afectan más los antivacunas que la educación de calidad? No. ¿Me afectan más los antivacunas que una estructura social de seguridad? No. Y sin embargo, para mí es un valor innegociable.

Siendo claros: si ahora se crease el Partido de Todo Lo Que Le Mola a PasaPollo, pero defendiese establecer una religión oficial, no lo votaría. Porque soy de izquierdas, sí, pero también soy ateo, soy defensor del método científico, soy omnívoro, soy más libertario que estatalista dentro del espectro progresista y soy, en suma, muchísimas sensibilidades juntas.

Como a mí me resulta clave la posición ante la ciencia, a otro puede resultarle clave la posición ante los toros, o ante los bosques, o sobre la restauración de la Iglesia de Torrelodones, o sobre la condecoración del hijo bastardo del almirante de la Quinta Flota.

Lakoff pone un ejemplo meridianamente claro: las elecciones de California que enfrentaron a Schwarzenegger (republicano) contra Davis (demócrata) por el puesto de gobernador. Cuando representantes demócratas se reunían con los sindicatos, preguntaban a los trabajadores qué candidato defendía mejor sus intereses. "Davis", decían todos. "Davis, Davis, Davis". "¿Y a quién vas a votar entonces?", preguntaban.

"A Schwarzenegger".

(Nota: Esto no quiere decir que los demócratas sean izquierdistas, sino que los obreros votan antes a ideales y valores que a sus propios intereses)

Una autocrítica

La derecha ha conseguido adelantarse en décadas a la izquierda en dominio de marketing y publicidad. Si el gobernar un país es un producto, la derecha es la mejor vendedora. Y, entre otras causas, obedece a que la derecha tiene imagen. No dan la impresión de estar a la defensiva jamás, sino que están porculeando continuamente. La izquierda parece un gato que se revuelve panza arriba definiéndose por oposición y asumiendo la política de identidades como bandera.

La derecha tiene un discurso claro y monolítico que además distintas derechas comparten. Cierto es que un partido libertario discrepará de un partido democristiano en muchos puntos, pero el clasismo, la falsa meritocracia, la "mano dura", y la, en el fondo, inamovible creencia de quien es pobre es porque quiere, es algo que siempre los termina uniendo.

Sigue sin comprenderlo la izquierda hasta tal punto que llega a insultar a sus propios potenciales votantes. Pasaos por una noticia de Menéame. Si cada acto rígido del Gobierno central crea mil independentistas, cada uno de nuestros insultos hace que mil indecisos se pasen -o sigan en- el bando contrario. Como la propia Carolina Bescansa, que llevando a la práctica política el conocido dicho de la abuela y la bicicleta, afirmó que "Si en España sólo votase la gente menor de 45 años, Iglesias ya sería Presidente del Gobierno".

Y si en el mundo sólo votase mi novia, sería Amo del Universo.

Así que tengamos claro dos aspectos: primero, que llamar idiota al votante obrero de la derecha es injusto para con él. Segundo, que llamar idiota al votante obrero de la derecha es estúpido. Nadie se mete en una pandilla en la que le insultan. No lleva a nada. Al igual que hablando con magufos, hay que enterrar el hacha y ser lo más agradable y convincente posible. El insulto y el desprecio sólo enrocan en su postura a aquellos a quienes pretendemos convencer.

Mi trabajo se basa en convencer. No sólo al juez, sino al abogado o empresa contrario. Cada vez más tiendo a negociar pre o extrajudicialmente. Jamás he convencido a nadie despreciándolo por su opción. Mi técnica es empatizar con sus motivos, analizar sus objetivos y explicarle por qué considero que otras vías son mejores.

Aquí podemos entonces dividir en dos la izquierda, que es la intelectual (cada vez más alejada del pueblo, adoptando el estúpido discurso de las identidades, enrocándose en causas enjundiosamente filosóficas y que, en el fondo, ostenta un despotismo ilustrado que repele a los votantes) y la obrera (cada vez más minoritaria, acorralada por la izquierda identitaria y por el discurso de "todos somos clase media") que, sin embargo, ha tenido el discurso que más ha calado entre la clase obrera.

¿Desde cuándo la izquierda ha criticado tan duramente al obrero por su incultura en lugar de atacar al sistema? ¿No recuerda en cierto sentido a la derecha culpando al pobre por serlo? ¿No debería la izquierda cargar contra la alienación del sistema educativo en lugar de responsabilizar al individuo como una especie de meritocracia izquierdista perversa?

¿Desde cuándo la izquierda pide el voto censitario, contra el que luchó sin descanso tiempo ha? Esto es algo relativamente reciente que me asombra, cuando el voto censitario fue la tradicional defensa de la derecha burguesa y más próxima al Ancien Régime.

Gente lista (no necesariamente inteligente, sino astuta) como Trump lo sabe: en sus discursos, le daba la vuelta al tradicional papel de la izquierda con las clases bajas y utilizaba el criterio cultural antes que el monetario: "Esos intelectuales de izquierdas no saben los problemas del obrero americano".

Es decir: la izquierda intelectual son los nuevos ricos. Los que no os entienden. Y ahí lo tienes: ha adoptado parte del discurso de la izquierda proletaria y ha conseguido ser un zorro aclamado por gallinas, usando el desprecio de la izquierda intelectual en su contra.

La izquierda ha de vender un proyecto, una imagen, una postura y una actitud. Ha de vender unos valores. No tener una cara de amargados condescendientes diciéndoles a sus potenciales votantes "eres demasiado tontito, yo lo arreglo por ti".

Tópicos sobre izquierda y derecha: más reveladores de lo que parecen

Pensad en la imagen del derechista típico de las caricaturas: un señor gordo, de frac y chistera, con un enorme puro y gafas de sol. Un tío despreciable, malvado, cínico... y poderoso. Siempre tiene el poder incluso en las caricaturas más crueles, siempre manda. ¿Qué te vende esa imagen? "Seré un cabrón, pero tengo el poder para cambiar las cosas."

Pensemos en la izquierda. Antes el prototipo izquierdista más cruel era aquel sindicalista tal vez simplista y obtuso, pero era alguien también peligroso y con poder. Retratado con su cóctel Molotov o dando un discurso, los caricaturistas derechistas sin embargo traslucían un poder: un cabrón que te puede parar la fábrica, o montar una huelga, o joderte la pasta.

Si lo que da a relucir lo anterior sobre el derechista es "Malo pero poderoso", la caricatura del izquierdista era "Tonto pero poderoso".

Y... ¿Cuál es la caricatura del izquierdista hoy día? Pues un vulnerable ofendidito, preocupado por minucias, frágil, sensible. Débil. Defensivo. Sin prioridades. ¿Ha cambiado el de la derecha? Apenas. Cruel, malvado, pero fuerte, ofensivo.

Tal vez sea por nuestro deje tribal, pero seguimos queriendo líderes fuertes. La fortaleza nos atrae más que la bondad o el trabajo duro. Queremos que nuestro representante, el que habla por todos... sea listo y fuerte. Tenga poder. Sea peligroso para la tribu contraria.

Y el votante indeciso ve aquí a la izquierda, con la que simpatiza, sí, pero vulnerable, débil, indefensa. Atrás quedaron los piquetes y los anarquistas, hola ofensas por Twitter y atención a mil sensibilidades. No da fortaleza.

Opino que cuando el votante del PP dice: "Total lo hacen todos", no sólo está expresando su convencimiento de que la corrupción es endémica e indiferente de la ideología, sino que está diciendo: "Total lo hacen todos, pero al menos estos tienen cojones/no se andan con chiquitas".

Soluciones

La izquierda ha de volver a adoptar agresividad. No soy seguidor de Podemos, pero reconozco que su discurso inicial era potente, era fuerte, era atractivo. Conceptos simples y guerrilleros. "Casta". Ellos y nosotros. Lucha. Fuerza. Insumisión.

Tenían un relato. Tenían una épica. Tenían un magnetismo y una fuerza que los convirtieron en peligrosos para los rivales. Y si visitamos las caricaturas de Pablo Iglesias por aquel entonces, o críticas escritas, lo pintan como cínico, ególatra, pedante, prepotente, ambicioso, manipulador... ¿y eso qué dice, además de lo malo? Poderoso. Agresivo. Una amenaza.

¿Cómo critican ahora a Podemos en foros y medios de derechas? Ingenuos comeflores idiotas que sólo molestan con infantilidad y que su provocación es una rabieta adolescente. Niños. Débiles. Un mero estorbo.

¿No se contradice lo que afirmas? Por una parte insistes en dejar de insultar o despreciar al obrero de derechas y entender sus motivos; por otro, defiendes mayor agresividad..

Tal vez sea hora de compaginar lo que expongo en este artículo. Dejar la agresividad para con el obrero de derechas; dejar de menospreciarlo o llamarlo imbécil. Adoptar el discurso de valores y vender los tuyos y venderlos bien.

Pero no dejar la agresividad en su totalidad, sino enfocarla a las instituciones, a las putadas, a las jodiendas que comen todos. Ser una amenaza real e incómoda.

Volver a conseguir que el ABC dibuje como prototipo de izquierdista el sindicalista armado con una barra de hierro. Porque eso querrá decir que vuelven a temernos.