Me pregunto

Hoy me levanté con ganas, con muchas ganas, llevé a las niñas al colegio, andando como siempre, a pesar de sus quejas sociales, que si a su compañera María la llevan sus padres en un coche caro, que si la madre de Noelia tiene un cochazo eléctrico, aunque no sepa su marca. Que si somos pobres por ir andando, que si… las quejas de muchas mañanas de mis hijas. Por supuesto incluyen la coletilla de por qué no las lleva su madre y siempre respondo lo mismo o muy parecido, que yo me encargo de la casa y su madre tiene que acudir al centro médico muy temprano. Y que si les molesta que su padre se encargue de todo eso. Silencio. Un silencio traicionero.

Muchas veces me preguntan si no trabajo, aunque ya sé que es una pregunta tanteando hasta dónde pueden “subirse a las barbas”, buscando los límites, es normal. Siempre les respondo que trabajo en casa y me encargo de la casa, que cuando ellas están en el colegio hablo con mi jefe por vídeoconferencia y gestiono el trabajo que hago.

 -Papá, ser escritor no es un trabajo.

-¿Ah, no? -pregunto con cierta maldad.

-No, tú no sales en la tele -dice Amelia, la más beligerante de las dos.

-Ah, que no soy famoso, quieres decir, ¿no?

-Además siempre te quedas de noche en el ordenador y se oye desde nuestra habitación el ruido de las teclas… un ordenador viejo -soltando una risita malévola.

-¿Y vuestra madre sí trabaja?

-Mamá es enfermera -dice Ana con esa honestidad simple de un corazón sincero.

-Ah, sí… claro, es enfermera y yo escribo para otros… ¿qué problema hay?

En ese momento noto, siento y sé que les da vergüenza decir que las otras niñas y niños del colegio tienen a sus padres y a su madres trabajando en muchas cosas y que sus compañeros se quedan a comer en el colegio hasta que algunos de los dos tiene un hueco y uno viene a recogerlos, o a llevarlos a actividades extraexcolares. Incluso Amelia me recuerda, como si fuera tonto, que algunos padres tienen ayuda en casa de alguna persona contratada y nosotros no. Y vuelven al tema absurdamente recurrente de si somos pobres. Y de por qué sólo tenemos un coche y lo usa su madre, incidiendo en que es un coche viejo, como si ellas supieran de mecánica o de ventas de vehículos o de modelos.

-Bueno, venga, os recojo luego -digo cuando estamos en la puerta del colegio y les doy un beso a las dos-. Hoy tenemos macarrones con salsa sorpresa.

Amelia se queja de mi salsa sorpresa. Ana dice que seguro que lleva tomate y especias raras. Las veo irse, internarse en el bullicioso patio del colegio, dos pequeñas personitas que en el futuro serán lo que quieran ser. Dudo si nuestra manera de presentarlas en sociedad es la mejor manera. Y un nubarrón de culpa me asiste por un instante, pero un vendaval de cordura me dice que serán unas personas estupendas en el futuro. Ese es mi deseo.

Mientras vuelvo caminando a casa reflexiono sobre sus ingenuas preguntas de si somos pobres o no. Me pregunto cómo pueden llegar a pensar algunas cosas. No sólo cómo sino por qué.

FIN