La medusa cofre guarda un racimo de tentáculos enrollados que apenas sobresalen tres centímetros. Pero cuando alguien la inquieta, estira más de tres metros cada uno de sus tentáculos, plagados de minúsculos aguijones que se adhieren a la piel de la víctima y segregan una toxina ultrapotente. Su descarga produce el mayor dolor imaginable que no puede evitarse incluso con morfina. Ningún remedio evita el dolor más terrible y unas quemaduras para toda la vida. Si tres o cuatro metros de tentáculos rozan la piel, el bañista morirá.
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