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Mi extraña adicción

Lo dejo. Al menos por un tiempo. Los problemas de salud emocional pueden ser tanto o más dañinos que los físicos, y aunque Menéame no tiene la culpa de esto sí que es el antihéroe de mi historia. Como esos Vengadores que van a una ciudad a protegerla del mal y terminan convirtiéndola en un campo de escombros donde no queda piedra sobre piedra. Hoy soy yo esa ciudad

Le debo mucho a Menéame. Ha sido mi fuente principal de información y debates, algunos más y otros menos apacibles. He adquirido capacidad de diálogo. He aprendido a callar cuando me demuestran que me equivoco. He descubierto que un comentario con el fondo gris y mi nombre en la esquina no es algo humillante, y que lejos de eso significa que aún me queda mucho por aprender

Quienes hayáis intercambiado algún fuego cruzado conmigo sabréis que soy una persona muy implicada en cuestiones sociales, políticas, económicas... Todas esas cosas que pueden hacer que nuestra vida sea mejor o que por el contrario se vaya al garete

Siempre he buscado emplear mi tiempo en cosas relevantes, trascendentes, serias. Tengo esa necesidad de estar informado en tiempo real, la manía compulsiva de estar recargando la sección de nuevos envíos para descubrir qué será lo próximo con lo que me sorprenda la actualidad. Un auténtico yonki de la información que más que consumirla la engulle como si de un concurso de comer perritos calientes se tratase

Pero me he dado cuenta de algo: las cosas relevantes cansan, desgastan y demacran. Con el paso del tiempo no me reconozco. Me veo siempre con la escopeta cargada, como el cowboy abriendo de una patada las puertas del salón, Winchester en mano y preguntando quién osa desafiarme a un duelo aquí y ahora. Y no, no acepto un silencio por respuesta. Y es que, para mi cerebro, todos estáis equivocados en todo sólo que no lo sabéis

Al igual que después de una mala borrachera tu cuerpo te pide ingentes cantidades de agua, hoy siento una enorme resaca de información y mi cuerpo me pide que lo atiborre de irrelevancia. Si abro el navegador, que sea para ver vídeos de gatos, memes, chorradas varias o en todo caso leer algo de información inocua sobre cuestiones tecnológicas donde no pueda caber el debate ni la confrontación

Si enciendo la tele, no quiero a nadie con una chaqueta hablando a una cámara con gesto serio mientras cuenta lo que está pasando en el mundo de las cosas serias. Necesito programas de humor, Clubs de la Comedia, Got Talents o incluso a los más que trillados vecinos de Montepinar. Ni siquiera el humor de Wyoming puede aliviar el síndrome de abstinencia que me despiertan las palabras de Sabatés informando desde el asiento a su derecha

Tengo la impresión de estar envenenado. Cuando voy por la calle siento la tentación de ir mirando hacia atrás para asegurarme de que la vegetación de la ciudad no va marchitándose a mi paso. Da igual en qué círculo aterrice: en pocos minutos cualquier atisbo de conversación que pudiera generarse se convierte en un campo de caras largas y ceños fruncidos, y yo soy el único culpable. El experto en el arte del calzador capaz de llenar la estancia de negatividad en tan sólo unos minutos. Dejando un desafortunado regalo a los presentes, que se llevan a casa un nudo en la garganta porque no había nada mejor que contar que la noticia que leí el día anterior en la que un desalmado le hizo algo terrible a un perro. O que un grupo de radicales le metieron fuego a una persona sin techo. Por supuesto haciendo un particular análisis de lo despreciable que es el ser humano, palabras gruesas mediante

Como el SARS-Cov-2, esto también se contagia con una facilidad pasmosa y otros terminan saltando a la arena. En el mejor de los casos estamos de acuerdo y se inicia una maratón de palabras desagradables arrojadas a dirigentes políticos y altos estratos de la sociedad. En el peor de los casos no encontramos un punto en común y cada cual redistribuye a su criterio los papeles de bueno y malo de la película. Y sorpresa: todos quieren ser el bueno

Cuando nos separamos, no queda nada de aquel entusiasmo por pasar un rato juntos aunque tenga que ser en un parque con mascarillas y dos metros de distancia. Aquel "qué ganas de echar un rato con la de tiempo que hace que no nos vemos". Llego a casa y con razón empiezo a fustigarme. Las palabras gruesas vuelven, esta vez dirigidas hacia mi propia persona, y ahí estoy otra vez. No puedo parar de ser negativo, sencillamente no lo consigo. Trato de solucionarlo entrando en Menéame para "relajarme un poco" y leer que han propuesto no sé qué ley o que han hecho no sé cuál declaración. Por supuesto todo me parece súper indignante y la rueda sigue girando