Rescoldos en la sangre: Hubo una luz en Asturias (La Huelgona del 62)

La foto que encabeza esta llamada a la reflexión que convoco aquí, contiene una buena parte de mi foto familiar. Mis güelitos (abuelos), mi madre y mis tíos (guajes todavía), son embarcados a la fuerza en este autobús que partiría desde su amada Asturias a León, con la cruel etiqueta de “desterrados”. Es decir, lejos de su casa y con la prohibición de trabajar, bajo pena para quien les diera cobijo, alimento y empleo. O, dicho de otra manera: condena a morir de hambre y pena.

¿Qué crimen cometieron para tan extrema condena? Solidaridad y lucha obrera. Ahora te lo explico.

Mi güelito - ser humano, padre, compañero y picador de primera – renunció para el resto de su vida a su privilegiada posición económica y familiar, a su libertad, y a su salud, gracias a la generosidad de ese sádico y acomplejado golpista conocido como “Franco”, y a sus fanáticos más fervorosos.

Más de 10 años de cárcel en cárcel (Carabanchel, Burgos, Cáceres, y hasta el húmedo y “confortable” sótano del kiosko de la música de Sama de Langreo desde el que se pensaban que le oirían “cantar” y “lamentarse” , pero no sabían con quién dieron…), trabajos forzados y una enfermedad hepática (era abstemio) que le llevó a la tumba a los 50 años de edad, producto de las palizas continuas, según los médicos del Puerta de Hierro de Madrid, no consiguieron apagar su sed de progreso, derechos y libertad para todos y todas, ni que soltara ni pío ante las fuerzas brutas de la dictadura.

-    Ojalá mis hombres fueran la mitad que el tuyo – Le espetó un sanguinario comisario a mi abuela cuando le devolvió, tras varios días de “baile”, lo que tardaría semanas en volver a ser su marido.

Mi güelita, mi madre y mis tíos, han sido, entre otras muchas cosas buenas, los mejores educadores y transmisores de la historia que se puedan tener.

De vivir en el crudo invierno leonés en una pocilga de 10m2 sin nada, literalmente, a darles a sus descendientes una más que confortable, llena de posibilidades a base de pelear y luchar desde la más absoluta honradez, ya os podéis imaginar que la muy sufrida épica supera con creces cualquier ficción.

Entre medias, hasta que expiró plácidamente el dictador, décadas de activismo y lucha, jugándosela (y pagándola) continuamente.

Después, con la transición y posterior democracia, siguieron militando en las filas del espíritu crítico, la lucha de los derechos (todos en general) y la defensa a ultranza de la honradez, la solidaridad y la democracia. Recuerdo escuchar apasionadas conversaciones y debates en la cocina de mi güelita con amigos y amigas de la familia, que siempre terminaban con algún brindis por haber logrado recrear aquellas peligrosas citas clandestinas, en libertad.

Sin embargo, no dejando yo de ser niño, empecé a dejar de verles reunirse. Muchas y muchos eran “ilustres”, otras y otros, simplemente “no se querían complicar”, y poco a poco, entre los últimos estertores de las protestas obreras y sociales (grandes huelgas generales, las mineras, las de astilleros, OTAN NO, No a la Guerra…) aquella llama se apagó.

¿Aún quedan rescoldos?

En 1962 “hubo una luz en Asturias” que dibujó Pablo Picasso. La prendieron aquellas mujeres y hombres que decidieron ponerse firmes ante la explotación, la barbarie y la mayor de las penas que puede sufrir el ser humano: ser despojados de sus derechos y de su libertad.

La Huelgona, se llamó.

Hoy, en una sociedad formada en su mayoría por trabajadores y trabajadores que han aceptado renunciar a su condición de “clase obrera” por falsas promesas y engaños continuos, miramos a las francesas y franceses con asombro y envidia en la intensidad (y razón de sus luchas). O admiramos los imponentes logros de Dinamarca. Ejemplos y comparaciones no nos faltan. Claro, que ya está el ínclito de turno para decirnos que podemos acabar como Venezuela o Burundi (según la dirección de su razonamiento demagógico, eligen un país u otro).

Sin ser yo ejemplo de nada, en mi sangre quedan rescoldos, los cuales trato de conservar, avivar y transmitir. Me obligan a reflexionar, a afilar la mirada, a no retroceder ni un paso si la posición está justamente ganada, a ser crítico con lo que escucho o leo, y con lo que yo mismo pienso y comparto. A no dejar de conocer, saber y aprender. Y por supuesto, a pensar en todas y en todos, en lugar de tan solo en mí mismo y las mías y míos.

¿Y tú? ¿Llevas rescoldos en la sangre?