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La Universidad y el problema de los dragones

Hace mucho, muchos años, en un rincón lejano del mundo, entre dos montes espesos y varias gargantas sedientas, había una escuela de cazadores de dragones. El proceso de aprendizaje era largo y complejo, y cada año salían de ella, con sus relucientes armaduras, un máximo de tres cazadores de dragones.

Y aun así, con el tiempo, se demostró que esa cantidad de cazadores de dragones era excesiva, porque aunque algunos fenecían en su peligroso puesto de trabajo, los que tenían éxito vivían lo bastante como para conducir al dragón al borde de la extinción. Y así fue como sucedió finalmente.

¿Llevó eso al cierre de la escuela? Para nada.

Durante mil y pico años más, la escuela produjo todos los años sus tres cazadores de dragones. ¿Y a qué se dedicaban estos licenciados cuando recibían su diploma? Pues las actividades eran varias.

-Hacer exhibiciones y dirigir museos sobre el dragón.

-Presionar a los gobiernos para que creasen observatorios sobre el dragón, sus costumbres y las posibilidades de su reimplantación.

-Escribir monografías dragoniles, teología del dragón, y tratados sobre la presencia del dragón en las artes.

-Fundamentalmente, dedicarse a la enseñanza y abrir sus propias academias de caza de dragones, tras conseguir que los gobiernos y buenas familias considerasen la caza del dragón como materia de prestigio.

Y así seguimos hasta el día de hoy, aunque a menudo se le ha cambiado el nombre a las materias que imparten estos tipos.

Lo que no ha cambiado es el mecanismo. El futuro profesor estudia algo con la idea en mente de ser profesor de ese mismo algo. Llega a catedrático con una única tanda de clases preparadas. Imparte treinta años esas clases. Treinta y cinco. Si algo cambia en la materia que enseña, eso no va con él. El mundo cambian a golpe de descubrimientos, pero los temarios universitarios sólo cambian a golpe de jubilaciones y fallecimientos, porque a los que dirigen las áreas de conocimiento se la sopla por completo estar al día. Es más: no se la sopla. Están en contra porque es trabajo extra sin remuneración extra. Porque es esfuerzo que se exige a unos tipos que ya se esforzaron una vez (es un decir) para sacar esa plaza a la que sólo se presentaron ellos y no tienen incentivo alguno para esforzarse de nuevo.

Por eso hay tantos profesores en las Universidades de los que se puede aprender, como mucho, a ser profesores. Tíos que dan clase en ingeniería y nunca ejercieron como ingenieros. Tíos que dan clase en medicina y nunca ejercieron como médicos. Tíos que dan clase en derecho y jamás visitaron una juzgado.

Esos son los que proponen invariablemente la solución de "destinar más recursos" para cualquier problema. Para crear más plazas de profesor, no más conocimiento,.

Porque su profesión, en realidad, es esa. Crear más plazas. Crear más empleo para la gente como ellos. Abrir más escuela de caza de dragones.