Esto debió pensar seguramente el general americano Twiggs cuando entró en el patio del convento de Santa María del Churubusco el 20 de agosto de 1847, exigiendo a las tropas mexicanas que entregasen el baluarte, las armas y la pólvora, rendidos a sus pies tres batallones mexicanos, uno de los cuales era el San Patricio.
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