Comparaciones monárquicas, las justas

No falla. Al día siguiente del discurso navideño del monarca ocurre un fenómeno curioso: desde los medios serios y tradicionales se despliega un abanico enorme de editoriales, columnas, noticias, sueltos y piezas de fondo que tienen el mérito de ser absolutamente monocordes en su interpretación, invariablemente positiva, de las palabras reales. Tomemos un ejemplo en la persona de Jose Antonio Zarzalejos, defenestrado ex director del ABC y uno de los opinadores monárquicos de más fuste intelectual. Zarzalejos, en su columna (que pueden leer aquí) defiende con pasión la utilidad de la monarquía y para ello hace un recorrido por los clásicos del género (imparcialidad, apartidismo, estabilidad) para culminar con un informe producido por uno de los think tanks letizios por antonomasia, el Círculo Cívico de Opinión.

Dice el informe, textualmente: "Añade el estudio que “seis de las ocho monarquías parlamentarias (entre ellas España) figuran entre las diecinueve mejores democracias del mundo". Básicamente comparan la monarquía española con las de Bélgica, Dinamarca, Holanda, Japón, Noruega, Reino Unido y Suecia para desacreditar cualquier insinuación sobre la falta de calidad democrática que mucha gente achaca a nuestro sistema de gobierno.

Pero... ¿es puede hacerse esa comparación? ¿Es ajustada a la realidad histórica? ¿Tiene sentido formularla?. Para responder hay que partir de un hecho histórico: El rasgo definitorio de la institución monárquica en España, al menos desde lo que consideramos el inicio de la época contemporánea, ha sido la inestabilidad. Hagamos un recuento en sentido inverso:

Juan Carlos I: abdicación.

Juan de Borbón: No llega a reinar.

Alfonso XIII: abdicación. Muere en el exilio.

Alfonso XII: Reinado completo (muere joven por enfermedad).

Isabel II: Depuesta por la revolución de 1868, muere en el exilio.

Fernando VII: Abdica en Napoleón Bonaparte. Reinstaurado en el trono tras la Guerra de la Independencia. A su muerte, estalla una guerra civil (Primera Guerra Carlista, entre su hermano y su hija).

Es una situación anómala que, desde luego, no tiene parangón en ninguno de los siete países citados, caracterizados por sucesiones dinásticas ordenadas y discretas y, desde luego, tiene más que ver con las convulsiones que han sacudido a países como Marruecos o el extinto Imperio Otomano. Pero... ¿por qué ha sido así?. Pues muy sencillo: porque, a diferencia de las monarquías parlamentarias europeas que tanto nos gusta sacar a colación, la casa real española se ha caracterizado por su afán de centralidad política, quebrando para ello -cuando ha sido necesario- las leyes fundamentales del Estado y operando en beneficio propio. Y para demostrarlo, volvamos a hacer el recorrido de marras, esta vez en sentido cronológico:

Fernando VII: Es reinstaurado en el trono con el compromiso de respetar la Constitución de 1812 aprobada en Cádiz. Tras acceder a ello, una vez en el poder da un golpe de estado y suprime el marco constitucional, con una represión atroz. Este movimiento será uno de los factores principales en la cadena de guerras civiles (tres) que azotarán el país durante el siglo XIX.

Isabel II: Su incapacidad para ceder poder político en beneficio de un sistema parlamentario, unido al descontento general provocado por el uso descarado de los mecanismos del Estado en beneficio propio (adjudicaciones escandalosas a amantes y familiares) culmina en la revolución de 1868, "La Gloriosa", tras la que es depuesta y enviada al exilio.

Alfonso XII: El monarca más decente de esta serie, en parte debido a que accede al trono siendo un niño y en parte a que fallece a los 28 años por enfermedad: no le da materialmente tiempo a consolidar su reinado.

Alfonso XIII: Epítome del monarca intervencionista. Tras una convivencia tensa con la constitución bipartidista de 1876, contribuye decisivamente a su colapso mediante su intervención y responsabilidad directa en el Desastre de Annual de 1921 ("Ole los hombres con cojones", le dice al general Silvestre cuando este, influido por las presiones del monarca, decide realizar un despliegue suicida que culminará con la masacre de miles de soldados de reemplazo en el Rif). En 1923 aplaude el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera. Cuando la dictadura cae por agotamiento, intenta por todos los medios perpetuarla en la persona del Almirante Aznar. En 1931, tras la victoria de las candidaturas republicanas, marcha a un exilio dorado en Roma.

Juan de Borbón: No llega a reinar, pero en 1936 se presenta vestido de requeté en el Cuartel General de Franco rogando que le dejen pelear contra "los rojos". Imagínense Ustedes a, no sé, el futuro rey de Noruega presentándose vestido de SA en el cuartel de Quisling pidiendo luchar contra los aliados y luego pretendiendo reinar.

Juan Carlos I: Aparte de su vida privada (muy en la línea de la de su padre y su abuelo), el monarca Emérito se distingue por, hasta 1981, una constante injerencia en la vida política española. Hasta el punto de generar una situación equívoca con el general Armada, que interpreta las constantes quejas del monarca y sus deseos de que "le quiten de encima" a un Suarez que no soportaba como una invitación a realizar un golpe cívico-militar. Eso siendo optimistas y suponiendo que se limitó a ser un bocachancla irresponsable (es lo que sostiene Javier Cercas en "Anatomía de un Instante"), porque se podría también llegar a pensar en que dio un asentimiento inicial a la operación. Tras el 23-F se establece un pacto tácito: cero injerencia política y, a cambio, carta blanca para su vida privada y financiera, incluyendo un enriquecimiento personal impensable en cualquier otro país de nuestro entorno.

Así que me van a permitir que lo diga claramente: en cuanto a monarquías, comparaciones las justas.