Me gané la diabetes a pulso. Me la merecía. Por herencia y por tragón. Hace tres meses que me la diagnosticaron, pero lo más extraño del caso es que no llegara antes, porque si a algo entregué mi vida fue a engullir sin descanso. Ahora como menos que un jilguero y mi papada no parece la de un pelícano, pero antes fui un animal furtivo que saqueó neveras sin freno, poseído por una ansiedad omnívora que jamás rehuyó las más grotescas combinaciones alimenticias.
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