Nos encontramos por lo tanto ante un viejo esquema económico tantas veces repetido, pero del que parece que nuestros gobernantes no terminan de aprender: se ofrece una nueva tecnología como la solución a todos los problemas, se prometen grandes beneficios basados en la sobreestimación de su capacidad, y se vende a fondos de inversión, que terminan siendo quienes asumen las pérdidas.
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