En mis años mozos, cuando Chomsky arrasaba en las librerías universitarias con sus libros de teoría lingüística y de compromiso político, estábamos convencidos de que el celebérrimo intelectual americano utilizaba la exageración a modo de caricatura literaria, y que sus libros debían ser leídos con un coeficiente corrector de +/- 50%. Y tanto era así que un compañero mío de carrera, anarquista convicto y confeso, llegó a proponer una modificación ad hoc de un conocido refrán de nuestras madres: «De Chomsky y la amistad, la mitad de la mitad».
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