(C&P): El sicario se metió en el confesionario de la parroquia del barrio Belén de Ibagué, ciudad a cinco horas de Bogotá, como un feligrés más y admitió su peor pecado esperandao la absolución. Su banda criminal, llamada Águilas Negras, había dado la orden de eliminar al sacerdote que le estaba escuchando. Y él, el chico que confesaba el asesinato en ciernes, sería el responsable de apretar el gatillo.
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