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El "síndrome de los cuernos" y su inmensa relevancia electoral

Un día te llega al móvil una foto de tu pareja besándose con un tercero. La rabia te invade, y no se atenúa por el hecho de que supieses que el 80% de vuestros amigos son infieles a sus parejas. Tampoco te aplaca el saber que tu pareja lo ha mantenido en secreto y, pese a su doble vida, ha seguido estando a tu lado apoyándote, compartiendo sexo y cariño contigo (al menos aparentemente esto último) y actuando como siempre. No te importa que la mayoría de la gente sea infiel, porque tú confiabas en tu pareja, creías que era diferente, y por eso la amabas. Y tampoco te importa que haya seguido cumpliendo con sus "obligaciones conyugales", pues la mentira y la traición lo pudren todo.

Interpones una demanda de divorcio invadido por el despecho. Te dan igual los perjuicios económicos o personales que pueda acarrearte, y que se limitarían mucho si llegaseis a un acuerdo. Sólo quieres venganza, que lo pase tan mal como tú y pague el precio por su traición. Como muy bien saben los abogados matrimonialistas, cuando se acude al juzgado con esa mentalidad, los daños acaban siendo numerosos y graves para todos, empezando por quien pleitea no con la cabeza sino con las vísceras. Pero, en la mayoría de los casos, es inevitable.

Cuando la gente divaga sobre las causas de la pérdida de votos de Podemos, y plantean Cataluña o el "nosotras y nosotros" como razones de la desafección, yo siempre discrepo. La clave está en el "síndrome de los cuernos". La inmensa mayoría de la gente que confió en Podemos quería honestidad a prueba de bombas en sus dirigentes, humildad, protagonismo de las bases, altura de miras y coherencia radical (como la de Marcelino Camacho, que vivía en un tercero sin ascensor de un barrio humilde y allí acabó sus días).

Toda esta gente empezó a percibir que la cúpula estatal (y muchas cúpulas locales) sustituían el diálogo honesto por la propaganda y el marketing baratos. Que los argumentos se cambiaban por consignas para tontos. Que las relaciones personales y las pleitesías valían más que el trabajo y el compromiso a la hora de ascender. Que las puñaladas eran cada vez más abundantes y profundas. Que la coherencia se evaporaba y, cuando alguien preguntaba por ella, insultaban a su inteligencia diciéndole que en realidad seguía ahí pero él no lo veía porque los medios le habían manipulado. En suma, toda esa gente que creyó en Podemos percibía que aquellos a quienes entregaron su corazón porque confiaban en sus promesas, no eran lo que decían ser, y habían traicionado ese pacto de democracia, honestidad y ejemplaridad que ellos mismos proponían.

Frente a esto, no sirve decir que los líderes de otros partidos tienen conductas aún más inmorales e incluso ilícitas (caso de la sociedad de Villacís en comparación con el chalet de Iglesias, y que objetivamente es mucho más grave). Porque al votante de Podemos le resbala que los líderes de Ciudadanos o el PP vivan como Dios a costa de lo público e incluso roben. Ellos ya contaban con eso, ya sabían que esos líderes ponían los cuernos a sus votantes. Lo que les destroza y les llena de rabia es que sus líderes tengan las conductas descritas en el párrafo anterior. Porque, políticamente, estaban enamorados de ellos.

Tampoco les sirve el argumento de que las políticas propuestas por Podemos son las menos malas para los trabajadores, y que implican avances sociales. Es como decirle al hombre que ha descubierto la infidelidad de su mujer que siga con ella porque económicamente le conviene. Si de verdad le amaba, la rabia no le permitirá abrazar el utilitarismo y seguir tragando.

Así que, desde mi punto de vista, el "síndrome de los cuernos" es la causa del hundimiento de Podemos. Porque la gente vota con la cabeza, pero más aún si cabe con el corazón. Y cuando basas la fuerza de tu partido en la conexión sentimental con el votante, no puedes tirar por el retrete aquello que le hizo enamorarse de ti. Por muchos beneficios que le ofrezcas a cambio, el despecho será más fuerte, así como la desconfianza derivada de que, si mentiste sobre aquello que les hizo amarte (o como mínimo lo abandonaste) ya no pueden aceptar ninguna promesa tuya, porque no eres la clase de persona en la que estaban dispuestos a creer. Y el divorcio será desastroso para ambos.