En agosto de 1665, cuando la peste llegó al pequeño pueblo de Eyam (Inglaterra), todos sabían la gravedad de la situación a la que se enfrentaban. La opción más sensata parecía huir, sin embargo, fueron pocos los que lo hicieron. Los vecinos, liderados por su reverendo, tomaron una decisión valiente y un tanto sorprendente: poner el pueblo bajo una cuarentena voluntaria, y proteger así a los pueblos y ciudades vecinas de la epidemia. Todos sabían que la decisión probablemente les costaría la vida.
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